UNA CARTA A GARCÍA
COMPARTO CON UDS UN TEXTO DE GRAN RELEVANCIA PARA REFLEXIONAR, FUE ESCRITO EN 1899 Y ESPERO QUE LO DISFRUTEN
"LAS GENTES QUE NUNCA HACEN MÁS DE LO QUE SE LES PAGAN.NUNCA OBTIENEN PAGO POR MÁS DE LO QUE HACEN"
ELBERT HUBBARD
UNA CARTA A GARCÍA
Hubo un hombre cuya actuación en la guerra de Cuba,
culmina como un astro en su perihelio.
Sucedió que cuando hubo estallado la guerra entre
España y los Estados Unidos, palpóse clara la necesidad de un entendimiento
inmediato entre el Presidente de la Unión Americana y el General Calixto
García. Pero, ¿cómo hacerlo? Hallábase García en esos momentos Dios sabe dónde
en alguna serranía perdida en el interior de la Isla. Y era precisa su
colaboración. Pero, ¿cómo hacer llegar a sus manos un despacho? ¿Qué hacer?
Alguien dice al Presidente: "Conozco a un
hombre llamado Rowan. Si alguna persona en el mundo es capaz de dar con García
es él: Rowan".
Cómo el sujeto que lleva por nombre Rowan toma la
carta, guárdala en una bolsa que cierra contra su corazón, desembarca a los
cuatro días en las costas de Cuba, desaparece en la selva primitiva para
reaparecer de nuevo a las tres semanas al otro extremo de la Isla, cruzando un
territorio hostil, y entrega la carta a García, son cosas de las cuales no
tengo especial interés narrar aquí. El punto sobre el cual quiero llamar la
atención es éste:
"McKinley da a Rowan una carta para que la
lleve a García. Rowan toma la carta y no pregunta: ¿en dónde podré
encontrarlo?".
¡Por Dios vivo!, que aquí hay un hombre cuya
estatua debería ser vaciada en bronces eternos y colocada en cada uno de los
colegios del universo. Porque lo que debe enseñarse a los jóvenes no es esto o
lo de más allá; sino vigorizar, templar su ser íntegro para el deber,
enseñarlos a obrar prontamente, a concentrar sus energías, a hacer las cosas,
"a llevar la carta a García".
El General García ya no existe. Pero hay muchos
Garcías en el mundo. Qué desaliento no habrá sentido todo hombre de empresa,
que necesita de la colaboración de muchos, que no se haya quedado alguna vez
estupefacto ante la imbecilidad del común de los hombres, ante su abulia, ante
su falta de energía para llevar a término la ejecución de un acto.
Descuido culpable, trabajo a medio hacer, desgreño,
indiferencia, parecen ser la regla general. Y sin embargo no se puede tener
éxito, si no se logra por uno u otro medio la colaboración completa de los
subalternos, a menos que Dios en su bondad, obre un milagro y envie un ángel
iluminador como ayudante.
El lector puede poner a prueba mis palabras: llame
a uno de los muchos empleados que trabajan a sus órdenes y dígale:
"Consulte usted la Enciclopedia y hágame el favor de sacar un extracto de
la vida de Corregio". ¿Cree usted que su ayudante le dirá: "sí
señor", y ponga manos a la obra?
Pues no lo crea. Le lanzará una mirada vaga y le
hará una o varias de las siguientes preguntas:
- ¿Quién
era él?
- ¿En
qué Enciclopedia busco eso?
- ¿Está
usted seguro de que esto está entre mis deberes?
- ¿No
será la vida de Bismark la que usted necesita?
- ¿Por
qué no ponemos a Carlos a que busque eso?
- ¿Necesita
usted de ello con urgencia?
- ¿Quiere
que le traiga el libro para que usted mismo busque allí lo que necesita?
- Diga:
¿para qué quiere saber eso?
Y apuesto diez contra uno a que después de que
usted haya respondido íntegramente el anterior cuestionario y haya explicado el
modo de verificar la información y para qué la necesita usted, el prodigioso
ayudante se retirará y buscará otro empleado para que le ayude a buscar a
"GARCÍA" y regresará luego a informarle que tal hombre no existió en
el mundo.
Puede suceder que yo pierda mi apuesta, pero si la
ley de los promedios es cierta, no la perderé. Y si usted es un hombre cuerdo
no se tomará el trabajo de explicarle a su ayudante que Corregio se busca en la
C y no en la K; se sonreirá usted y suavemente le dirá: "dejemos
eso". Y buscará usted personalmente lo que necesita averiguar.
Y esta incapacidad para la acción independiente,
esta estupidez moral, esta atrofia de la voluntad, esta mala gana para remover
por sí mismo los obstáculos, es lo que retarda el bienestar colectivo de la
sociedad. Y si los hombres no obran en su provecho personal, ¿qué harán cuando
el beneficio de su esfuerzo sea para todos?
Se palpa la necesidad de un capataz armado de
garrote. El temor de ser despedidos el sábado por la tarde es lo único que
retiene a muchos trabajadores en su puesto. Ponga un aviso solicitando un
secretario, y de cada diez aspirantes, nueve no saben ni ortografía ni
puntuación.
¿Podrían tales gentes llevar la carta a García?
En cierta ocasión me decía el jefe de una gran
fábrica: "Ve usted a ese contador que está allí?"
"Lo veo, ¿y qué?"
"Es un gran contabilista; pero si lo envio a
la parte alta de la ciudad con cualquier objeto, puede que desempeñe la misión
correctamente; pero puede ser también que en su viaje se detenga en cuatro
cantinas y al llegar a la calle principal de la ciudad haya olvidado
absolutamente a qué iba". ¿Podría confiársele a un tío semejante la carta
para García?
En los últimos tiempos es frecuente oir hablar con
gran simpatía del pobre trabajador víctima de la explotación industrial, del
hombre honrado, sin trabajo, que por todas partes busca inútilmente emplearse.
Y a todo esto se mezclan palabras duras contra los que están arriba, y nada se
dice del jefe de industria que envejece prematuramente luchando en vano por
enseñar a ejecutar a otros un trabajo que ni quieren aprender ni les importa;
ni de su larga y paciente lucha con colaboradores que no colaboran y que sólo
esperan verlo volver la espalda para malgastar el tiempo. En todo almacén, en
toda fábrica, hay una continua renovación de empleados. El jefe despide a cada
instante a individuos incapaces de impulsar su industria y llama a otros a
ocupar sus puestos. Y esta escogencia no cesa en tiempo alguno ni en los buenos
ni en los malos. Con la sola diferencia de que cuando hay escasez de trabajo la
selección se hace mejor; pero en todo tiempo y siempre el incapaz es despedido;
"la ley de la supervivencia de los mejores se impone". Por interés
propio todo patrono conserva a su servicio a los más hábiles: aquellos capaces
de llevar la carta a García.
Conozco a un hombre de facultades verdaderamente
brillantes, pero inhábil para manejar sus propios negocios y absolutamente
inútil para gestionar los ajenos, porque lleva siempre consigo la insana
sospecha de que sus superiores lo oprimen o tratan de oprimirlo. Ni sabe dar
órdenes ni sabe recibirlas. Si se enviara con él la carta a García, contestaría
muy probablemente: "llévela usted". Hoy este hombre vaga por las
calles en busca de oficio, mientras el viento silba al pasar entre las hilachas
de su vestido. Nadie que lo conozca se atreve a emplearlo por ser él un
sembrador de discordias. No le entra la razón y sólo sería sensible al taconazo
de una bota número 45 de doble suela.
Comprendo que un hombre tan deformado moralmente
merece tanta compasión como si lo fuera físicamente; pero al compadecerlo
recordemos también a aquellos que luchan por sacar triunfante una empresa, sin
que sus horas de trabajo estén limitadas por el pito de la fábrica, y cuyo
cabello se torna prematuramente blanco en la lucha tenaz por conservar sus
puestos a individuos de indiferencia glacial, imbéciles e ingratos que le deben
a él el pan que se comen y el hogar que los abriga.
¿Habré exagerado demasiado? Puede ser; pero cuando
todo el mundo habla de los trabajadores, así, sin distinción ninguna; quiero
tener una frase de simpatía para el hombre que logra éxito; para aquél que
luchando contra todos los obstáculos, dirige los esfuerzos de los otros, y
cuando ha triunfado, sólo obtiene por recompensa --si acaso-- pan y abrigo. Yo
también he trabajado a jornal y me he hecho la comida con mis propias manos; he
sido patrono y puedo juzgar por experiencia propia y sé que hay mucho que decir
de parte y parte. La pobreza no da excelencia por sí sola; los harapos no son
recomendación; no todos los patronos son duros y rapaces, ni todos los pobres
son virtuosos.
Mi corazón está con aquellos obreros que trabajan
lo mismo cuando el capataz está presente que cuando está ausente. Y el hombre
que se hace cargo de una carta para García y la lleva tranquilamente sin hacer
preguntas idiotas, y sin la intención perversa de arrojarla en la primera
alcantarilla que se encuentra al paso, y sin otro objetivo que llevarla a su
destino; a este hombre jamás se le despedirá de su trabajo, ni tendrá jamás que
entrar en huelga para obtener un aumento de salario. La civilización es una
lucha prolongada en busca de tales individuos. Todo lo que un hombre de esta
clase pida, lo tendrá; lo necesitan en todas partes; en las ciudades, en los
pueblos, en las aldeas, en las oficinas; en las fábricas; en los almacenes. El
mundo los pide a gritos, el mundo está esperando siempre ansioso el
advenimiento de hombres capaces de llevar la carta a García.
El mundo confiere su mejores premios tanto en
honores como en dinero, a una sola cosa: a la iniciativa.
¿Qué es la iniciativa? Puedo definirla en pocas
palabras: hacer, lo que se debe de hacer, bien hecho; sin que nadie lo mande.
A quien hace una cosa bien hecha sin que nadie se
lo ordene, sigue aquel que la hace bien cuando se le ha ordenado una sola vez,
es decir; aquéllos que saben llevar la carta a García. Estos reciben altos
honores, pero su pago no guarda la misma proporción.
Vienen luego aquéllos que obran sólo cuando se les
ha dado la orden por dos veces; no reciben honores y sólo tienen un pago
pequeño.
Se encuentran después los que hacen una cosa bien
hecha, pero sólo cuando la necesidad los aguijonea; en vez de honores reciben
la indiferencia y se les paga con una miseria. Estos tales emplean la mayor
parte de su tiempo refiriendo historias de su mala suerte.
Todavía en una escala inferior están aquéllos que
no hacen nada bien hecho, aún cuando algún compañero se lo enseñe a hacer y
permanezca a su lado para cerciorarse de que lo hacen; éstos pierden
constantemente sus puestos y reciben como pago el desprecio que se merecen, a
menos que por suerte tengan un padre rico, y en este caso el destino los acecha
en su camino hasta descargarles un recio golpe.
¿A qué clase pertenece usted?
El Director General o Jefe de la Policía de Buenos
Aires ha querido dar, según leemos en La Prensa de aquella gran metrópoli, una
lección educativa a sus subordinados para establecer las condiciones que, a su
juicio, constituyen el verdadero mérito para lograr un ascenso. Sobre los años
de servicio pone las aptitudes; doctrina ésta que se ha popularizado por medio
del siguiente apotema: "La aptitud suple la antigüedad".
A fin de establecer lo que entiende por aptitudes
superiores, el Jefe de la Policía bonaerense ha escrito un diálogo a la manera
platónica; lo ha hecho escribir en grandes carteles murales y lo ha mandado
fijar en todos los cuarteles de su mando. He aquí el diálogo:
La escena ocurre en una de nuestras grandes casas
comerciales. Un empleado pide autorización para presentar una queja al director
general.
--¿Qué hay?
--Señor director, ayer fue nombrado X para ocupar la vacante de Z, y X es 16 años más joven que yo.
--Señor director, ayer fue nombrado X para ocupar la vacante de Z, y X es 16 años más joven que yo.
El director le interrumpe:
--¿Quiere usted averiguar la causa de ese ruido?
El empleado sale a la calle y regresa diciendo:
--Son unos carros.
--¿Qué llevan?
--¿Qué llevan?
Después de una nueva salida el empleado vuelve
diciendo:
--Unas bolsas. --¿Qué contienen las bolsas?
El empleado hace otro viaje a la calle y vuelve
diciendo:
--No sé lo que tienen.
--¿A dónde van?
--¿A dónde van?
Cuarta salida y responde:
--Van hacia el este.
--Van hacia el este.
El director llama al joven X y le dice:
--¿Quiere averiguar la causa de ese ruido?
El empleado X sale y regresa cinco minutos después
manifestando:
--Son cuatro carros cargados con bolsas de azúcar,
forman parte de las quince toneladas que la Casa A remite a Mendoza. Esta
mañana pasaron los mismos carros con igual carga. Se dirigen a la estación
Catalinas; van consignados a...
El director, dirigiéndose al empleado antiguo:
--¿Ha comprendido usted?
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